Ciudad de México.- Agustín Basave, el académico que llegó a la dirigencia del PRD hace 7 meses en México, con una gran expectativa de lograr lo que nadie había logrado: unificar al partido, en breve dirá adiós el próximo 2 de julio, sin poder componer las cosas al interior.
El PRD, formado por una constelación de facciones en perpetua lucha, es lo más parecido a una piscina llena de tiburones. No hay paz en sus aguas y cualquier nuevo liderazgo es sometido a feroces ataques.
Basave no ha sido menos. Apoyado en su día por la corriente mayoritaria Nueva Izquierda, fue presentado como un hombre de consenso, un presidente-árbitro procedente del universo académico, cuya principal meta era lograr el acuerdo interno y enfrentarse al emergente Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), la tranquilidad duró poco.
A los dos meses de elegido, Basave se enfrentó a la negativa furibunda de las principales familias a su política de alianzas con el derechista PAN para desbancar al PRI. La resistencia parecía insuperable, y el golpe surtió efecto y pudo recuperar el control. Pero fue una victoria efímera.
Los comicios confirmaron la eficacia de los pactos con el PAN. En tres estados donde jamás había gobernado otro partido (Veracruz, Quintana Roo y Durango) derrotaron al PRI. El envés del éxito fue Morena, la temida escisión de PRD. El partido de López Obrador avanzó en gran parte del país,y en la Ciudad de México, el feudo histórico de la formación de Basave, se situó por delante.
Con estos resultados, las hostilidades volvieron a estallar y el presidente de PRD experimentó en carne propia las dentelladas de sus correligionarios. Su dirección política fue puesta en duda y el jefe de la corriente Nueva Izquierda, Jesús Ortega, que en su día le apadrinó, dio un paso atrás. Basave, cada vez más solo, vio estrecharse peligrosamente su margen de acción. Y ante la disyuntiva, tomó su decisión.
“He sufrido francas agresiones y actitudes carentes de una mínima institucionalidad de parte de miembros del Consejo Ejecutivo Nacional y una serie de desencuentros con el jefe de Nueva Izquierda, todo lo cual llevó soterrada y paulatinamente al PRD a rondar la ingobernabilidad y a un desgaste de mi dirigencia que no puede revertirse. En semejante contexto es imposible llevar a cabo acciones vitales (…) y dado que no estoy dispuesto a afiliarme a una corriente ni a formar parte de un bloque y dado que en estas circunstancias la gobernabilidad es más que precaria, he decidido renunciar a la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRD. Mi decisión es irrevocable”, señala en su adiós.
Con su marcha, que se formalizará el 2 de julio, el PRD vuelve a su estado natural. Las familias, dueñas otra vez de la maquinaria, tendrán que pactar un nuevo líder y poner la vista en las elecciones al Estado de México en 2017, y después, en la gran batalla de las presidenciales de 2018. Un reto para el que, de momento, este partido no tiene un aspirante claro, pero sí un adversario temible: Andrés Manuel López Obrador, el que fuera dos veces su candidato presidencial.
El futuro presidente del PRD tendrá que superar el mismo abismo por el que se ha precipitado Agustín Basave. Enfrentarse a las elecciones presidenciales de 2018, conjurar el peligro de Andrés Manuel López Obrador y, sobre todo, lograr la paz interna. No es un cometido fácil. La configuración del PRD tiende a la centrifugar cualquier decisión. «Su gobierno interno emula un régimen parlamentario. Las corrientes, que actúan como si cada una de ellas fuera un partido político, están representadas en el Comité Ejecutivo Nacional en proporción a su votación en elecciones internas. El PRD siempre ha sido difícil de dirigir. Y sus problemas de gobernabilidad, antes de la consolidación de esa suerte de parlamentarismo, eran enfrentados a golpes de timón por caudillos con un considerable margen de maniobra metaestatutario», explica Basave en su carta de despedida.
Frente a esta disgregación interna y hartos de caudillos como López Obrador, la corriente mayoritaria Nueva Izquierda apostó por Basave como una fórmula de cohesión. Era un académico de discurso socialdemócrata. Un hombre tranquilo y sin tacha al que se presuponía capaz de apagar el incendio que devastaba el PRD.
En una secuencia descendente, el partido no había dejado de hundirse desde su derrota en las elecciones presidenciales de 2012. Primero fue la salida de López Obrador, luego, y por último, el portazo de su fundador y líder espiritual, Cuauhtémoc Cárdenas. Tres golpes que desarbolaron la formación y la dejaron a la deriva. Una erosión a los que los comicios parlamentarios de 2015, en los que el PRD obtuvo su peor resultado en tres décadas, pusieron datos.
«Frente a la mayor crisis de su historia, el partido intentó una nueva modalidad de liderazgo, un presidente externo y sin corriente. Acepté el desafío», señala en su escrito Basave», movido por mi anhelo de forjar una opción socialdemócrata y por mi determinación de combatir la restauración autoritaria y la corrupción rampante del actual régimen priísta. Se conformó un consenso, prácticamente la unanimidad en torno a mi persona, lo cual fue para mí un indicador de que la idea de un presidente-árbitro era viable. Pero la realidad discurrió por un cauce distinto». Siete meses después de elegido, Basave cayó víctima de su partido. Ayer anunció que, tras formalizar su renuncia el próximo 2 de julio, volverá a su escaño en el Congreso de los Diputados. El reto de rescatar al PRD de sí mismo ya depende de otro.